viernes, 30 de noviembre de 2012

La penicilina cura al hombre, el vino lo hace feliz.

Yo conocí cada recoveco de tu cuerpo, cada terminación nerviosa, tú sabías hacerme reír. Como nadie más ha podido.  Como nadie más puede. Nadie que haya conocido aún.
Pero el tiempo pasa, las plantas mueren y el vino se añeja. Lo que todavía no sé es si tu amor es como las plantas o sigue siendo como el vino, dulce, amargo, maduro, embriagador.
Pienso en ir a verte, ir a catar como andará aquel vino, aún cuando el riesgo grande y el beneficio aún desconocido.
La última vez que lo intenté, me olió a  muerte, me dejaste en claro que no quedaba vino para mí, que no estaba invitado al festín más. Alguien convirtió mi vino en agua. Mejor ni pensar en quien.
Sin embargo otra vez quiero arriesgarme, otra vez quiero ir a probar, poner la nariz fina para llevarme un izquierdaso de putrefacción. O tal vez no.

Ese "o tal vez no" que no se va nunca, por más que ya haya quemado mi último cartucho, por más que haya tocado hasta que se apague la última vela, hasta que la última cuerda del violín se rompa.
Es ese total sinsentido que me lleva a caminar como ciego por la cuerda floja que me hace dudar.
Si realmente lo mereces, si realmente lo merezco.

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