martes, 4 de diciembre de 2012

Ruta madre.

Esta bien, te voy a contar:

He pasado por tu casa muchas veces. La primera de las últimas, estaba aburrido, quizá triste, quizá. Tenía los pedales bajo los pies, el tiempo detrás de la espalda y el viento sobre la cara. No me demoré mucho en llegar, estaba a un par de cuadras, me detuve en aquel sitio donde te había besado tantas veces bajo aquel cielo infinito como lo describiría Neruda. Contesté el teléfono y una voz solo dijo que no.
Decidí regresar por nuestra banca, detenerme, tocar la armónica, con la esperanza de que el sonido despierte la nostalgia de tu corazón. Jugué con los dedos por aquel respaldar en el que nos habíamos sentado a conversar tantas veces, a mirar ese paisaje que fue nuestro por tanto tiempo. Pero ya soplaba mucho viento, el paisaje ya me echaba de aquel lugar, ya no era el mismo. El paisaje o yo, hasta ahora no lo descubro.

De ahí pasé varias veces, siempre me saqué la prenda de cabeza, siempre. Habían muchas rutas para el mismo destino, varias más cortas, pero prefería obviar su existencia. Hubo algunas en las que te vi, o quise haberte visto, ya no interesa. En otra decidí llamarte. Y lo hice. No contestaste. Y decidí parar y buscarte, pero no estabas, ¿que chica se quedaría en casa un viernes en la noche? Mi novia. Es cierto, has cambiado, no te culpo, ya no eres como solías ser, nada te amarraba. En una dimensión en la que todo seguía como antes, tu hubieras estado conmigo. Riéndote. Sonriéndome.

Es cierto que he cambiado la ida, pero no la vuelta.
Ya no sé cual es la excusa; si el tiempo, si la costumbre o la oscuridad.
He vuelto a usar aquel anillo que me daba alegría antes de ti, me recuerda a ti, pero también me recuerda que debo ser capaz de ser feliz sin ti.

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