Nunca escribieron sobre aquel amor, que aunque pasado nunca dejó de ser tierno y suave como la piel de su cuello. No sé si fue para mala o buena suerte de alguno, que si se recordase más no podrían haberlo asimilado como -casi- lo hicieron.
Luego de probar el cachete de ella con el suyo decidió besarla y entre la decisión y el acto no hubo tiempo para la duda. Los labios de ella, siempre tibios, encajaron con los suyos sin sutileza alguna. Su nariz rozó la de él y su frente reposó en su barbilla. El viento entraba por el ventanal abierto del balcón y desordenaba su cabello negro. Ella sintió como el viento le refrescaba la sien y lo abrazó, al viento, porque a él ya lo tenía atado al alma.
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