viernes, 29 de junio de 2012

Elepé

Antes de ayer me traje un radio antiguo de la casa de mis abuelos, tiene tocadiscos y fue el que armó el tonaso en la fiesta del matrimonio de mis papás hace más de 20 años.

Hace tiempo falleció mi otro abuelo, tenía una colección gigantesca de Long plays que heredamos tres hermanos. A nadie más le interesó una colección que pasaba los 70 LPs, de los cuales trajimos unos 30,
suficientes como para estimular todos nuestros sentidos.

Sacar un LP, sentir su olor, pensar que la última vez que lo usaron, que alguien lo tocó fue mínimo hace 30 años, sentir las líneas del disco rozar tus dedos, limpiarlo con la mota especial, colocarlo en aquel espacio que pareciera haber extrañado estar en contacto con un disco como si fuera un reo teniendo sexo después de toda su condena.
Ambos están hechos el uno para el otro, encajan perfecto... Se levanta el brazo, la púa entra en el borde del disco y empieza a girar, busca el hilo, lo hace despacio pero ansiosa, los parlantes empiezan a vibrar, van golpeando, esperando a la púa que pacientemente busca el hilo. Y lo encuentra, y suave empieza el sonido, los parlantes vibran suaves, la música susurra, es Glenn Miller, tocando para nosotros.
Todos nos quedamos idiotas.

Me pregunto cuantos como yo un 29 de junio del 2012 estarían dispuestos a escuchar a Glenn Miller en Long Play y entrar en extasis al oír ese dulce traqueteo de un disco girando, bailando sonriente.




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